No te pido que me quieras. Ese es un verbo muy grande, y
nosotros somos demasiado pequeños para abarcarlo. Solo te pido que me dejes
perderme en tu boca, que mis dedos se pierdan en tu pelo al compás de un par de
notas. La gente alrededor y los dos solos, girando como si el amanecer no
llegara nunca, porque nos tenemos. Y el suelo se hace cielo mientras nos
queremos con letras pequeñitas, en susurros para que no se entere nadie de que
gritamos mientras nos amamos entre el sudor que inunda cada poro de tu piel. Y
entonces no hay edades ni banderas ni distancias, solo sonrisas pícaras que
saben lo que quieren y siempre quieren más.
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