No todos los comienzos son buenos.
Para ello es necesaria una persona que me tome de la mano y me guíe, hasta más allá del infinito, hasta donde la vista no alcanza. Poder ver cada detalle que me ofrece el Universo y sentir que todo es mío. Cada color que inunda mis pupilas, cada susurro del viento que roza la piel y la hace estremecerse, cada olor que evoca un millón de recuerdos, cada sentimiento que me transporta a un mundo mágico en el que todo es posible.
El mundo de los sentimientos es un laberinto sin salida en el que no es posible dar marcha atrás. Cada paso que doy es un paso a ciegas que no puedo borrar. Es una marca en la roca del corazón, de la que solo el paso del tiempo podrá limar las asperezas. Una herida de guerra de una batalla en la que no quería luchar, que pretendía ser un paseo por las nubes agarrada de su mano.
Agarrada a la mano de mis sueños. Mis sueños en blanco y negro y sin sonido, en los que, hace mucho, mucho tiempo, me querías. Mis sueños de una vida junto a ti, en los que cada segundo estaba hecho para nosotros. Esos sueños que aparecen en mi vida como una piedra con la que no solo tropiezo, sino que me golpea en la cabeza una y otra vez, sin conseguir despertarme a esta realidad en la que no hay un nosotros, solo un vosotros y un yo.